AGOSTO 1936: A INSTAURACIÓN DO TERROR EN CELANOVA (III)
Cando o golpe do 36, José Camilo Soto Losada (1886-1950) tiña escola en O Xén (Vilamarín) e antes tivéraa en Taboadela, Castromao (Celanova), en Proente (A Merca), entre outras, era membro de A.T.E.O. e colaboraba na revista Escuela del Trabajo.
Estaba casado con Sara Fernández, mestra e veciña de Vilanova dos Infantes, onde residía a familia. Tiveron catro fillas e dous fillos. Eran os pais de Luís Soto Fernández (1902-1981), tamén mestre, con praza en Mondariz no momento do golpe de Estado, e membro de A.T.E.O. e do PCE, que despois estivo agochado en Vilanova durante uns meses antes de pasar a Portugal.
En xullo do 36, despois de ter noticia do golpe, o Camilo desprazouse a Mondariz. Detivérono, pasou polo cárcere de Ponteareas desde onde foi trasladado á Prisión Provincial de Ourense o 12 de agosto. O 24 daquel mesmo mes chegou a Celanova nun continxente de 40 reclusos.
Este caderno de Camilo Soto -un dos catro que conserva a familia, e no que faltan algunhas follas- foi escrito en 1941. O caderno segue unha orde cronolóxica no relato até o episodio “Ingratitud”. O texto volve despois ás lembranzas dos días no cárcere de Ourense, mais ese seguinte episodio xa non se conserva completo. Publicamos os textos seguindo a orde dos acontecementos, e indicamos a cor os cárceres nos que se producen.
“Año 1936
[Ponteareas]
Un episodio.
La noche que entré en la cárcel de Ponteareas se me designó una celda en la que estaba preso el sacristán de Santiago de Oliveira en aquel municipio, según me refirió, porque le oponía el cura el robo del cepillo de San Antonio. Como entré todo apenado, trató de tranquilizarme con sus argumentos sin duda sugeridos por su exaltada imaginación y valentía, diciéndome que tenía una navajita con la cual pensaba vender cara mi vida si aquella noche venían a quitarme, que durmiese tranquilo, me conmovió el hecho y cuando salí no pude menos que expresarle mi reconocimiento.
[Ourense]
Otro episodio.
El jovencito fascista que fusil en mano me condujo desde el Cuerpo de Guardia a la celda n.º 13 de Ourense en la triste noche del 12 de agosto de 1936 y que se me figuró ser el hijo de una maestra esposa del comerciante D. Virgilio de la calle del Instituto, me dijo en las escaleras al caminar yo delante como hablando consigo mismo: “consecuencias del comunismo”.
– Yo no soy comunista -contesté-, pero sí lo bastante izquierdista -repliqué.
– Pero no tenga miedo, que soy amigo de su hija Marinita.
– ¿En qué sentido dice Vd. eso de mi hija?
– Cálmese usted, fuimos condiscípulos -contestó.
– Eso es otra cosa.
Y metido en la celda me dejé caer apenado en un jergón y una manta que a los pocos minutos comían los piojos por mi pescuezo y cara, teniendo que sentarme en el, y que por ciertas manchas que reconocieron mis compañeros era el mismo en el que se acostaba el maestro Del Valle [1], fusilado dos días antes, por eso me escalofrié cada vez más de terror; al cabo de una hora que amaneciera, desconociendo el régimen de cárceles, me asomé a la reja de la ventana y el centinela puso el fusil en la cara, pero me retiré instantáneamente, y habiendo subido un oficial me amonestó suavemente por el lastimoso estado en que me hallaba.
[Ourense]
…y me sacó de la cartera las 215 pesetas, devolviéndome las 15 y entregando las 200 al oficial de guardia, D. Jesús, que al propio tiempo sacaba mi filiación y me interrogaba, mandándome conducir después a la celda n.º 13, donde había reclusos como el oficial del Banco Hispano, el alguacil de la Audiencia y el oficial del Ayuntamiento de Mondariz, los cuales al ver el desastroso o miserable estado en que llegaba me consolaron y animaron a tener paciencia y me dieron café que allí hicieron preguntándome por mi hijo. Como soy algo supersticioso me atribuló lo del n.º 13 de la celda.
Cuando amaneció el día 13 me asomé a las rejas de la ventana retirándome instantáneamente por haber echado el centinela el fusil a la cara para disparar, subiendo seguidamente un oficial de prisiones para amonestarme por el hecho; parece ser que notaron algo de trastorno mental en mi persona y se retiró. A todo esto llevaba 4 o 5 días sin alimento pues aunque mi hijo me enviaba comida yo no la probaba por lo atribulado que estaba y se la daba a otros que desaprensivos no se daban cuenta de los inminentes peligros que nos rodeaban.
Había en la cárcel un sujeto de Malladoiro de Tamallancos por haber dado muerte al padre de un cura, y no sé por qué era amigo o considerado por los oficiales de la prisión, y como le conocí interpuso su influencia para sacarme del n.º 13 y llevarme a la celda n.º 7 donde él estaba. Me pasó algo la aprensión y desde entonces calmé un poco y me alimenté mejor, en esa celda estaba el hijo del Pepiño, el del automóvil, y Cástor, el maestro de la Arnoia, que tuvieron conmigo toda clase de miramientos y me atendieron.
Sin duda debía estar decretada mi muerte por cuanto no querían darme algunas pesetas que de vez en cuando pedía para tabaco y gaseosas, de las 200 que me habían quitado y tenía derecho a sacar de 15 a 25 pesetas cada vez, pues según me informaron pasando meses, después de mi libertad, los que estaban para morir no les daban nada y se lo quedaban en depósito.
Casi todos los días sacaban algunos para fusilar sumarísimamente y otros para “claudiar”; al siguiente de haber sacado a los hermanos Canal [2] los de mi celda lo sabían y estaban consternados y no comieron pero tuvieron la atención de ocultármelo, porque no ignoraban que los sufrimientos son según el grado de sensibilidad del individuo, y temían por mi razón, que daba muestras de extraviarse.
Blanco Torres [3], el periodista, algo me dejó entrever abajo en el patio; a los pocos días lo sacaron a el.
[Celanova]
Yo había pedido a mi hija que hiciese de modo que no me trasladasen a la cárcel de Celanova, y lo mismo había rogado a un primo mío de una aldea de Maside que estaba preso por unas puñaladas y absuelto por haberse alistado para Asturias y tenía ascendente con los de prisiones pero de nada valió, pues la noche de San Bartolomé el 24 de agosto a las 2 de la madrugada vinieron a anunciarme que estuviese listo dentro de dos horas para salir a Celanova, entre otros el hijo del Calafate fue el que por cierto con malas palabras nos anunció el traslado.
Ya se puede suponer la desesperación que se apoderó de nuestro ánimo al oírlo, pues era creencia general en tal prisión que el ir a Celanova era muerte segura, pero pasados los primeros momentos al bajar al patio, perdí la noción de la muerte, dirigiéndome a un camarada que lloraba exclamé: “Ya que llegó la hora de morir, muramos como hombres, al fin nada se consigue”. En este momento fue cuando comprendí lo siniestro del caso, pues me hicieron firmar un recibo de la entrega de 155 pesetas y nada me entregaron. Subí a una sucia camioneta casi maquinalmente y a Celanova a las cuatro y media de la madrugada.
Estoy en la prisión conventual de Celanova; al pasar el Cristal hice ademanes para que una mujer avisase a mi familia; ya llegando, en la plaza, al bajar de la camioneta, me vieron varios, pero nada observé que se conmovieran con mi dolor; los egoísmos humanos se ponen al lado del que más puede; sí, vi a la Cristalina Carballeira entrando a la Iglesia y se me figuró observar en ella sonrisa burlona y de satisfacción. Tiré una peseta desde la camioneta al Manolo, descargador del auto de línea, para que fuese a Vilanova a avisar a mi mujer, creo que no lo hizo.
Entré en los claustros y un guardia que me pareció de Asalto me registró y se conmovió al verme caer las lágrimas. Cuando D. Benigno, el jefe de la Prisión, me dijo si yo era el marido de la maestra de Vilanova, y al contestarle afirmativamente movió la cabeza e hizo muecas que me desmostraron que algo malo tenía conceptuado de mí.
Conozco al pueblo de Celanova, y sé que sobre todo el vulgo se va siempre tras el ruido, solo respetan al que temen, son de los que gritan ¡Vivan las cadenas!, y el pueblo alto, los ricachos e intelectuales, tienen imbuido en el cerebro la errónea idea de que el comunismo los iba a desposeer de sus riquezas, algunas mal adquiridas por sus deudos antepasados, y por eso el odio feroz al Frente Popular de los 8 ideales o agrupaciones políticas, midiéndonos a todos por el mismo rasero; bien que ellos no distinguen entre liberal-demócrata y comunista estatal; o entre republicano de izquierda y comunista libertario; todos somos rojos, por ello temía, pues sabía que eran ignorantes.
Porque el 12 de abril de 1931 expuse mi vida en la mesa electoral de Vilanova para defender los enchufes del secretario Reza, del veterinario, del difunto médico Rodríguez, así como la alcaldía del López Carrafolla, primer alcalde republicano de Celanova [4], y nada tuvieron en cuenta.
A la cárcel nadie me vino a ver no siendo mi familia, y eso que algunos se decían mis amigos. Sé que Rodolfo Mosquera ha predispuesto contra mí al oficial de la Prisión, Hermenegildo, y tanto es así, que un día que desfallecido no podía tenerme en pie, y no quise formar para el rancho, sentándome en el colchón, vino este oficial hacia mí sable en mano, que si no lo aplaco con razonamientos me hubiera atravesado. De otros también sé que predispusieron a D. Castro en la misma forma.
El 3 de octubre de 1936 por la tarde se me llamó al locutorio y se me presentó el jefe de la Prisión y el Comandante Militar del 7º regimiento de Carabineros, Sr. Pons, diciéndome este que venía a ofrecerme los servicios espirituales por mandato de mi hija, que no quería me pasara mal sin confesarme, y entonces que si quería estaba cerca el Agustino Padre Lucio y podría entenderme con él.
Le pregunté: “¿Entonces van a matarme? Pues yo siempre pagué bien por bien y algunas veces bien por mal”. A lo que contestó: “No sé, pero le es bueno”.
“Su padre fue en sus días gran amigo de mi abuelo y su hermano y yo éramos también amigos”, prosiguió. A lo que le repliqué: “Pues no me confieso porque no me sirve la cabeza”.
Tuve que agarrarme al saliente de la taquilla del locutorio para no caer, pues casi me desmayo de terror. Cuando llegué junto a los demás reclusos y al preguntarme qué pasaba les dije que me había ofrecido un fraile para confesarme, todos se quedaron mohinos, cabizbajos, pensativos.
En otra ocasión me llamó el carcelero D. Hermenegildo y me hizo la observación de que había sido recomendado a él pero que nada podía hacer pues había entrado en la Prisión como elemento peligroso, como comunista peligroso. No me cabe dudas, había sido imbuido en este criterio por Marcial Moreiras, Isauro, Casto y hermano, Emilio Román y sobre todo por el Rodolfo, que tantos favores me debe desde que era grupier y condiscípulo mío en la adolescencia y juventud.
Otra vez, me cayó el plato dentro de la caldera del rancho al ver tanta mirada torva hacia mí y con los fusiles preparados para disparar.
Allá por el 7 de septiembre, cuando vi que salían en libertad casi todos los de Celanova y yo quedaba, lloré toda la noche y no probé bocado. Algunos días a la hora del crepúsculo nos decíamos: “¿a quién le tocará esta noche?”
A la caída de la tarde el día que sacaron a mi compañero y camarada el maestro de Gontán [Julio Rodríguez, uns dos catro cadáveres que apareceron na Poza das Ras o 29 de agosto], me dijo: “Amigo Sr. Soto, a usted y a mí no nos pasa nada”.
– ¿Por qué?
– Porque por nosotros anda Don David, yo lo sé.
– Pues mire usted, yo no las tengo todas conmigo -le contesté-, porque Don David y yo no simpatizamos y hay por medio ciertas cosas que me reservo”.
Había sido novio de mi mujer.
La mayoría de los presos políticos que conocí no eran izquierdistas de fondo y conscientes de sus actos, sino inconscientes, capaces de todo lo bueno y lo malo, según se supiesen conducir, así que era peligroso entregarse siguiendo el corazón.
Había que obrar por el cerebro. He observado que los más exaltados extremistas del Frente Popular, los que se querían comer a la Guardia Civil y a los curas crudos, fueron los que más pánico y más valedores al propio tiempo tuvieron.
Otro episodio.
Últimas palabras de Eligio Núñez [5].
Estaba yo enfermo y por lo tanto arrestado vino Eligio junto a mí y se sentó en la cama, y le dije (porque se acostó en mi almohada), “pon esa toalla debajo de la cabeza, mira que yo tengo erisipelon [erisipela] bravo y grave”.
– Tanto importa -replica- si se ha de morir de otra cosa.
Guardamos silencio un rato, y luego pregunto:
– ¿Ha leído usted el periódico?
– Ya ve como tengo la cara hasta los ojos hinchada, pero lo he oído leer, y trae el traslado de Carril y la posesión de Cachalvite.
– Pues no me podía dar usted peor noticia -replica.
Al cabo de una hora, estando aún acostado en mi almohada, se lo llevaron, dejándome consternado, pues su muerte ya la tenía él tragada.
Otro.
“Ande p’alante viejo chulo”, me dice un guardia de seguridad.
– Chulo -replico- es el que vive de mujeres y yo no he vivido nunca a cuenta de ninguna.
– ¿Dónde está su hijo?
– No lo sé -contesto- y aunque lo supiera no lo diría. Mátenme de una vez y no me maltrate más.
Otro episodio.
Una mañana del mes de agosto de 1936 hacían guardia a la entrada de la casa de mi mujer Luis Cardero y Pepe Meleiro, en la escalera los fascistas al mando de un tal Gervasio (alias el Perrequito), y arriba registrando las habitaciones cuatro guardias civiles y un cabo, buscándonos a mi hijo y a mí. Y dice el Perriquito [aquí co -i] a los otros:
– Cuidado, eh! No tocarles si caen, porque !el primer tiro quiero dárselo yo!
Seguidamente aparece mi suegro, un anciano de 85 años (que ya estaba algo trastornado) apoyado en su cayado y dirigiéndose a Meleiro y Cardero exclama: “¡Conque ladrones y libertinos haciendo guardia a la puerta de la gente honrada, pistola en mano!”.
Célebre frase.
A Constantino, camarero del convento, hoy sacristán, le meto por debajo de la puerta de la prisión a los claustros, donde estaba barriendo, una carta para mi mujer, y le digo que me saque de allí, cuyo ruego intereso lo transmita a ella, él me contesta: “¿Aún viniste hace pocos días y ya quieres salir?”. Huelgan comentarios.
Este es un buen hombre, que seguramente tendrá unos 80 años, y toda su vida lleva sirviendo a curas y frailes; según nació, así morirá.
Los pueblos, como los hombres, son como se los hace, y cuando nadie se ha tomado el celo y trabajo de educarlos no razonan como debían.
Ingratitud.
Siempre he tenido predilección en la escuela por los desheredados de la fortuna, por los hijos del arroyo como dicen los hombres de derecho, y en mi distrito escolar de Gen en Villamarín había un joven llamdo Antonio Puente a quien yo di toda clase de confianzas y protegí cuanto pude con arreglo a mi fortuna, pero este cobarde y desgraciado a la hora de la prueba me traicionó siendo el confidente del pelotón de Falange que asaltó mi casa, señalando dónde tenía cierta documentación, libros, correspondencia y cosas de valor; las cuales se llevaron casi todo, excepto algunos utensilios de poca monta que retiró mi criada entrando por una ventana, para lo cual rompió un cristal, pero que se quedó con lo que le vino en gana haciéndome las cuentas del Gran Capitán.
Ese joven Antonio, después en la cárcel de Orense y aún en la de Celanova, pretendió sincerarse diciendo que había forzadamente sido impelido a ello, pero excusó decir que las doctrinas del comunismo se las había imbuido yo y que había obrado por mi mandato, cuando todos los que me conocen saben que soy librepensador, partidario de una república de izquierdas, y no socialista de ninguna rama, aunque prefiero esta doctrina a la fascista.
Después en la prisión de Orense, quejándome yo al señor Couto del proceder de tal chico, me dijo que lo había tenido de criado y lo echara por ladrón.
A mí se me vino a la imaginación que había entrado en la cárcel de espía en combinación, y debió ser así, porque al poco tiempo salió antes que yo; hoy es sargento.
El voto, la palabra empeñada, el modo de pensar políticamente y en fin, los tratos sociales del celta campesino gallego, no son seguros, falta a ellos con facilidad, lo viola todo, así que en las cárceles había confidentes de quien tenía uno que guardarse, por eso muchas veces nos privábamos de algún bocado exquisito para dárselo a estos traidores en fin de tenerlos propicios.
¡Decir que se ha de sufrir tanto sin nunca haber hecho mal a nadie!
Con calumnias e embustes infames consiguieron vencer a mucha gente buena y tenerla aherrojada en verdadera agonía. Me dijo un día un preso amigo: “Yo si me asegurasen que aquí no me iba a pasar nada preferiría no salir pues fuera de la cárcel acechan a uno muchos peligros”. Y así resulta en efecto; tenía razón.
— continuará —
NOTAS
- [1] Manuel Del Valle, mestre en Beiro (Ourense), preso na Prisión Provincial desde o 21 de xullo, condenado a morte o 8 de agosto e executado no Campo de Aragón o 11 de agosto. Tiña 30 anos.
- [2] Emilio y Manuel Fuentes Canal, paseados preto da Ponte Pequena, en Viveiro (Celanova), o 16 de agosto de 1936.
- [3] Roberto Blanco Torres, xefe do Gabinete de prensa do Ministro de Gobernación, foi paseado en Entrimo en abril de 1938.
- [4] José López foi elixido tenente de alcalde de Celanova o 17 de abril de 1931 nunha corporación da que ademais facían parte Constantino Noriega (alcalde), Emilio Beleret, Nicolás Gullón, Cándido Del Río, José Meleiro (alcalde entre 1926 e 1930), Emilio Román, Castor Martínez, Rosendo Sánchez, Casto Álvarez (último alcalde da ditadurade Primo de Rivera), Manuel Araújo, Bernardo Cortés, José Vázquez e Eduardo González. Faltaba o 15º concelleiro, que por número de votos obtidos debería ter sido Francisco Lezón Vázquez, “aínda que por algunha razón que non é posible concretar non vai tomar posesión do seu cargo”, anota Domingo Rodríguez Teijeiro na páxina 63 do seu ensaio O concello de Celanova durante a Segunda República (1931-1936). Francisco Lezón foi un dos 107 primeiros presos da Prisión Provisional de Celanova a finais de xuño de 1936. Trala repetición dos comicios municipais o 31 de maio de 1931, continúa o relato de Teijeiro, José López foi elixido alcalde, e Alberto Moreiras pasa a desempeñar a tenencia de Alcaldía, despois sería alcalde desde 1933 a marzo do 36. Nunha segunda etapa, José López sería alcalde baixo a ditadura a comezos dos anos corenta. Apenas uns días despois, nas elección ás Cortes Constituíntes de xuño de 1931, en Celanova os candidatos máis votados xa formaban parte dunha nova xeración política, a maioría sen vínculo co réxime anterior: Octavio Lezón Burdeos (sin filiación, indica Teijeiro), Ramón Otero Pedrayo (Partido Nazonalista Republicano), Alfonso Quintana e Eugenio Montes Domínguez (PSOE), José Calvo Sotelo (Dereitas), Alfonso Pazos Cid, Ángel Romero e Alnselmo López (Partido Republicano Radical Socialista) e Luis Fábrega (Partido Radical). Ver: A proclamación da II República en Celanova, un artigo de Pablo Sánchez.
- [5] Elixio Núñez, mestre en Cambeo e membro de A.T.E.O. e da redacción de “Escuela del Trabajo” -onde coincidiu cos Soto, pai e fillo- ingresou na Prisión Provincial o 28 de agosto, foi trasladado despois a Celanova e sacado o 31 de outubro xunto a Jacinto Santiago e Fructuoso Manrique, paseados os tres en Vilariño Frío (Montederramo) e atopados os seus cadáveres o 1 de novembro canda o de Aquilino Sánchez.Tiña 30 anos.
Próximo capítulo e último: Os nomes (presos e presas en Celanova en Agosto de 1936)
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1 comentario
Do Furriolo á Poza das Ras – memoriacelanova · 19 Setembro, 2024 ás 5:59 a.m.
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